Dermatología Clínica Veterinaria

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Artículos

Dermatitis alérgicas felinas

J Rejas López, A Goicoa Valdevira, R Torío Álvarez
Publicado en PEQUEÑOS ANIMALES, 1998, 16: 18-35.

INTRODUCCIÓN

El prurito es el principal motivo de las consultas de los gatos que presentan enfermedades de la piel, siendo causado primordialmente por procesos de naturaleza alérgica (Fondati, 1997). Los felinos muestran el prurito mediante el rascado, lamido o mordisqueado, según el área corporal afectada y cada caso en particular. Cuando la picazón se manifiesta por un lamido excesivo, los dueños pueden no reconocer esta circunstancia considerando que es parte del normal acicalado de su mascota, por lo que deberemos realizar un tricograma para comprobar si las puntas de los pelos están rotas.

En gatos las manifestaciones clínicas secundarias al prurito difieren mucho de las observadas en perros (Fondati, 1997), ya que no suele existir hiperqueratosis ni hiperpigmentación de la piel. Si se debe a lamido excesivo, tanto agudo como crónico, sólo se observa hipotricosis, sin lesiones a nivel cutáneo. En caso de rascado, especialmente si es crónico, además de la alopecia solamente suelen aparecer erosiones, pudiendo a veces apreciarse úlceras y costras.

A diferencia de los perros, la gran mayoría de las dermopatías felinas son enfermedades que aún hoy en día están clínicamente mal caracterizadas, por lo que la evolución en su conocimiento es relativamente veloz. Es por ello, que en esta especie animal se describen desde hace muchos años más una serie de patrones de reacción cutánea que las distintas enfermedades que afectan a la piel.

Fondati (1997) considera que los patrones de reacción más comunes son el prurito de cabeza y cuello, la hipotricosis autoinfligida, la dermatitis miliar y el complejo granuloma eosinofílico . Estas reacciones usualmente se deben a causas alérgicas pero no exclusivamente, por lo que en su diagnóstico diferencial habrá que incluir otras causas de dermopatías, infecciosas, parasitarias, autoinmunes, etc., sin olvidar la alopecia de origen psicógeno.

La hipotricosis autoinfligida, aunque puede ubicarse en cualquier parte de la superficie corporal, con frecuencia es un proceso simétrico bilateral que interesa a la piel del abdomen ventral, área medial de los muslos, zona dorsocaudal y lateral del tercio posterior, respetando generalmente el dorso del animal, siendo entonces denominada alopecia simétrica felina o alopecia extensiva felina.

La dermatitis miliar es una erupción eritematosa de pápulas que afecta a la piel del dorso y, a veces, a la cabeza y cuello, con presencia de prurito de intensidad variable. En el complejo granuloma eosinofílico se diferencian tres tipos de lesiones: úlcera eosinofílica o úlcera indolente, generalmente localizada en el labio superior; placa eosinofílica, placas eritematosas usualmente ubicadas en el abdomen ventral o en la cara medial de los muslos; y granuloma lineal eosinofílico o granuloma colagenolítico, cuya presentación más típica es en la línea caudal de los miembros pélvicos. De estas tres lesiones, solamente la placa eosinofílica es una lesión que cursa claramente con prurito. Para una mayor información sobre el complejo granuloma eosinofílico remitimos al lector a una interesante actualización que realiza Kunkle (1998a).

Ante un gato que presenta uno de estos síndromes, antes de entrar con el diagnóstico de la enfermedad debemos recordar que un proceso morboso puede manifestarse con distintos patrones de reacción incluso en el mismo individuo, y que un mismo patrón de reacción puede ser causado por distintos agentes etiológicos.

Así, Prost (1996b) en un estudio con 90 gatos alérgicos, dos de ellos con signos exclusivamente respiratorios, describe los patrones de reacción de los 88 gatos restantes que presentaban una dermatitis alérgica (tabla 1).

Tabla 1. Patrones de reacción en dermopatías alérgicas felinas.
Patrón de reacción nº gatos  nº total de gatos que presentan
un patrón de reacción
Alopecia extensiva (AE) sólo
Complejo eosinofílico (CE) sólo
Dermatitis miliar (DM) sólo
Dermatitis facial1 erosiva (DFE) sólo
Seborrea
AE + CE
DM + AE
AE + DFE
DM + DFE
CE + DFE
DM + CE
(1. la dermatitis facial se puede hacer sinónima de prurito de cabeza y cuello)
24
20
13
12
4
4
3
3
2
2
1
34
27
19
19

Según los datos de Prost (1996b) las dermatitis alérgicas más comunes en los gatos son la atopia y la dermatitis alérgica a la picadura de las pulgas (DAPP), seguidas con menor frecuencia por la alergia a los alimentos (tabla 2). Más raramente se puede observar algún caso de hipersensibilidad a la picadura de los mosquitos y de alergia de contacto. Hay que tener presente que muchas veces un mismo animal padece más de una hipersensibilidad (tabla 2).

Tabla 2. Frecuencia de las distintas dermopatías alérgicas.
Enfermedad nº gatos  nº total de gatos que presenta
cada alergia
Atopia sólo
DAPP sólo
Alergia a los alimentos sólo
DAPP + atopia
Atopia + alergia a los alimentos
Atopia + DAPP + alergia a los alimentos
29
8
16
32
4
1
66
41
21

Sin embargo otros muchos dermatólogos opinan que la dermopatía alérgica más frecuente, con diferencia sobre el resto, es la DAPP. Chalmers y Medleau (1994), en un estudio con 23 gatos alérgicos, encuentran que 16 tienen DAPP, 4 atopia, y 4 alergia a los alimentos, existiendo evidentemente un gato con dos procesos. A su vez, Scott y col (1987) describen la etiología de la dermatitis miliar en base a casos presentados en la Escuela de Veterinaria del Estado de Nueva York: la DAPP sería el origen mayoritario de la dermatitis miliar, entre un 50 y 60% de los casos; la atopia y la alergia a los alimentos representarían poco más del 10% de los casos, cada una, porcentaje similar a los casos sin causa conocida o idiopáticos; y finalmente unos pocos casos se debían a procesos parasitarios, microbianos, etc.

Incluso algunos autores (Heripret, 1997), sin dar valores referidos a ningún estudio en particular, incrementan la frecuencia de la DAPP hasta un 70-90% de los casos de dermatitis miliar y un 50% de los de alopecia extensiva felina.

ATOPIA

La atopia es una predisposición a desarrollar reacciones de hipersensibilidad a alergenos ambientales, si bien en gatos aún no se han demostrado con claridad los mecanismos patogénicos de este proceso.

La atopia felina, al igual que otras dermopatías de esta especie animal, es una enfermedad clínicamente aún pobremente definida, de tal manera que Chalmers y Medleau (1994) tienen que recurrir a 5 trabajos, que engloban un total de 72 casos de atopia felina, para describir el cuadro clínico de esta enfermedad.

La edad de aparición es muy variable, desde los 6 meses hasta los 14 años (Chalmers y Medleau, 1994), aunque la mayor parte de los casos aparecen en animales jóvenes, un 15% en menores de un año, y un 65% en individuos entre 1 y 3 años (Prost, 1996a), resultados comparables a los expresados por Scott y col (1987), quienes mostraban que un 75% de los gatos atópicos que cursaban con dermatitis miliar eran menores de 2 años. Lo que sí parece es que los animales muy jóvenes, al igual que en otras especies animales, no padecen la enfermedad. Así, recientemente se ha descrito que los cachorros de perro de 4-6 semanas de edad no poseen IgE anti-alergenos detectables, no siendo positivos a la intradermorreacción ni a los controles de histamina, quizás por no poseer receptores frente a la misma (Sousa, 1997).

En base a 4 trabajos con un total de 60 gatos atópicos, se puede afirmar que el cuadro lesional y la distribución corporal son muy variables, pudiendo cursar con alopecia y erosiones, dermatitis miliar, y/o complejo granuloma eosinofílico, siendo la frecuencia relativa de un 43%, 27% y 25%, respectivamente, existiendo un 5% de animales con cuadros combinados (Chalmers y Medleau, 1994). El único signo constante, al igual que en el resto de dermopatías alérgicas, es la presencia de prurito.

Algunos autores afirman que suelen existir signos respiratorios concurrentes como tos crónica, estornudos, respiración sibilante y conjuntivitis (Carlotti, 1994).

Los alergenos que causan la enfermedad están peor estudiados que en el perro. Sin embargo, recientemente Prost (1996b) nos describe los resultados que obtiene sobre un total de 66 gatos atópicos a los que realiza pruebas intradérmicas: 38 lo eran sólo a alergenos no estacionales, 25 a alergenos estacionales y no estacionales, y 3 sólo a pólenes. Los principales alergenos fueron los ácaros del polvo, Dermatophagoides farinae en un 80% de los animales y Dermatophagoides pteronyssinus en el 46%, pólenes en el 43,1% de los casos, disminuyendo para las escamas, en un 22,5% para las de las personas y en un 17,7% para las del perro.

El diagnóstico de la atopia es difícil de realizar ya que no existe un cuadro clínico específico (Chalmers y Medleau, 1994), y porque tampoco se definen unos criterios diagnósticos como los existentes en perros (Heripret, 1997). Además las pruebas complementarias utilizables en medicina canina no son claramente aplicables a los felinos, en el caso de la intradermorreacción por su difícil interpretación, y en el del ELISA debido a que no está estandarizado (Heripret, 1997).

A su vez, no debemos olvidar que las pruebas alérgicas (intradermorreacción, ELISA) sólo son herramientas de ayuda para el diagnóstico y nunca son ensayos definitivos, ya que individuos sanos pueden dar positividad a las mismas sin que tenga significado clínico, por lo que ninguna de estas pruebas es probable que reemplace nunca una exploración cuidadosa por parte de un buen clínico (DeBoer, 1996), tanto en gatos como en perros.

En resumen, aún hoy en día el diagnóstico de atopia en gatos se realiza por exclusión del resto de enfermedades cutáneas (Chalmers y Medleau, 1994), principalmente tras descartar las dos principales alternativas, una DAPP, mediante un control estricto de pulgas, y una alergia a los alimentos, mediante la alimentación con una dieta de eliminación (Carlotti, 1994; Scott y col, 1995).

Sin embargo, la intradermorreacción es útil para incrementar la sospecha de la enfermedad e imprescindible cuando se pretende llevar a cabo un tratamiento de hiposensibilización. En cualquier otra circunstancia este test está contraindicado (Chalmers y Medleau, 1994).

Para realizar la pruebas intradérmicas se usan los mismos alergenos disponibles para medicina canina. Una particularidad es que, como norma, se debe anestesiar al paciente, lo que puede provocar alteraciones en el test si se usan agentes hipotensores. Carlotti (1994) usa una combinación de glucopirrolato, 0,01 mg/kg IM/IV, y tiletamina-zolazepam, 5 mg/kg IV o 10 mg/kg IM, ya que no interfiere con los resultados de la intradermorreacción (Chalmers y Medleau, 1994).

La realización de la intradermorreacción en gatos es difícil porque la piel es muy fina, y su interpretación es compleja (Carlotti, 1994; Chalmers y Medleau, 1994) por lo que se recomienda que la haga sólo quien tenga mucha práctica. Los habones que aparecen en las reacciones positivas son mucho más lisos que en perros y muy transitorios, por lo que Carlotti (1994) aconseja la observación continuada durante 20 minutos, en habitación oscura y con luz oblicua. Las reacciones que duran unos pocos minutos no deben considerarse como positivas (Prost, 1996a).

Willemse y col (1993) afirman que la débil respuesta a la intradermorreacción de los felinos pudiera deberse a que sufren, incluso bajo anestesia, un estrés físico y emocional causado por el manejo del animal y la propia prueba en sí, hipótesis sustentada en el incremento que se produce en la concentración de cortisol, corticotropa y hormona alfa estimulante de los melanocitos, tanto si el animal está anestesiado como si no.

Pueden existir falsos negativos debidos principalmente al estrés del animal o a la administración de fármacos antipruriginosos, de tal manera que antes de realizar una prueba intradérmica se recomienda, en general, que se suprima la medicación durante 1-2 semanas para antihistamínicos, 2-3 semanas en corticoides orales, y 6-8 semanas para corticoides retardados y acetato de megestrol (Carlotti, 1994; Chalmers y Medleau, 1994).

Para algunos autores la frecuencia de aparición de falsos positivos es alta (White, 1998), mientras otros trabajos afirman lo contrario (Carlotti, 1994). A este respecto, en una investigación reciente Saridomichelakis y col (1997) encuentran que la infestación por Otodectes cynotis en gatos puede inducir una falsa respuesta positiva a la intradermorreacción con ácaro del polvo.

La eficacia de pruebas alternativas a la intradermorreacción, como la medición de IgE específica de alergeno mediante técnica ELISA, es desconocida (Chalmers y Medleau, 1994, Scott y col, 1995), aunque recientemente se ha comunicado la existencia de un método ELISA sensible y específico en la medición de IgE específica de alergeno en gatos (Gilbert y Halliwell, 1996), lo que en un futuro próximo probablemente permitirá la existencia de pruebas comercializadas similares en fiabilidad a las caninas. En cualquier caso, en medicina de pequeños animales hoy en día la intradermorreacción es una prueba mejor que el ELISA (Scott y col, 1995).

La hiposensibilización debiera ser la terapia de elección cuando no se puede evitar el contacto con el alergeno, que es la circunstancia más común. Los resultados en los pocos estudios publicados parecen iguales o mejores a los obtenidos en perros, cifrándose recientemente la tasa de éxitos alrededor del 70% (Carlotti, 1994; White, 1998). Hay que tener presente que el éxito se considera cuando disminuye de manera notable la intensidad de los síntomas o la cantidad de corticoides necesarios para el control de los mismos (Carlotti, 1994), si bien gran parte de las veces la desensibilización debe ir acompañada de un tratamiento farmacológico, similarmente a lo que ocurre en perros (Angarano y MacDonald, 1994).

Recientemente Bettenay (1996) obtiene peores resultados, sólo un 47% de éxitos, con 19 gatos atópicos sometidos a hiposensibilización: en 6 animales la mejoría fue muy manifiesta sin necesidad de tratamiento farmacológico o sólo ocasionalmente; en otros 3 se necesitaba una medicación intermitente aunque la mejoría de los síntomas era notable con la desensibilización; y en 10 los resultados fueron malos o nulos.

Sin embargo, en la práctica diaria, en la mayor parte de los gatos no se aplica la hiposensibilización, en cuyo caso la alternativa terapéutica es la administración de antipruriginosos. Los más utilizados son los corticoides, requiriendo los gatos dosis mayores que los perros. Cuando se usan formas orales, la dosis de iniciación de la prednisona y similares (prednisolona y metilprednisolona) es de 2 mg/kg y día, debiendo pasar a una terapia a días alternos en cuanto el proceso esté controlado, y disminuir la dosis a la menor posible; Scott (1997) incluso recomienda intentar una dosificación cada 72 horas cuando el animal está controlado a días alternos. En el caso de que aparezca poliuria/polidipsia secundaria al uso de prednisona o prednisolona, se aconseja reemplazarlas por metilprednisolona, por tener un menor efecto mineralocorticoide.

Actualmente hay autores que prefieren el uso de triamcinolona a dosis de iniciación diaria de 0,8 mg/kg (White, 1998), aunque parece suficiente una cantidad menor, de 0,2 a 0,4 mg/kg (Scott, 1997); este corticoide posee una vida media mayor que los anteriores por lo que, si es posible, se administrará cada 72-96 horas en la fase de mantenimiento, en vez de cada 48 horas.

Recientemente, Heripret (1997) ha afirmado que alrededor de un 20% de los gatos pueden transformar la prednisolona vía hepática, en cuyo caso debiera administrarse dexametasona. En este caso la dosis inicial es de 0,2-0,4 mg/kg y día, procurando que en la fase de mantenimiento se administre cada 72-96 horas, pudiendo en algún gato controlar el proceso con una dosis semanal (Scott, 1997). Nosotros hemos observado algún caso ocasional de dermatitis alérgica felina que sólo es posible controlar mediante dexametasona, aunque en ningún caso la proporción de pacientes que requieren esta terapia se acerca al 20%. El hecho de que ningún otro autor salvo Heripret haya descrito esta circunstancia aconseja prudencia en la interpretación de esta aseveración.

La mayor resistencia que los gatos tienen a los corticoides, al parecer debido a que poseen un menor número de receptores para glucocorticoides (Broek y Stafford, 1992), unido a la dificultad de administrar medicamentos vía oral a estos animales, ha provocado que en muchos casos se utilicen para el tratamiento de las dermopatías alérgicas formas retardadas de glucocorticoides vía parenteral, formulaciones que en ningún caso son aconsejables en el tratamiento de las alergias caninas.
Se puede usar acetato de metilprednisolona a la dosis de 4 mg/kg, y acetónido de triamcinolona, 5 mg/gato, siendo el primero de ellos el de elección (Scott, 1997). Ambos fármacos se pueden inyectar subcutáneamente, salvo en gatos obesos donde está indicada la vía intramuscular (Scott, 1997). En la fase de inducción se inyecta una dosis cada 8-15 días, ampliando este período según se controle el proceso. En condiciones ideales se debería mantener con 3 ó 4 inyecciones al año, no siendo de esperar la aparición de efectos secundarios con esta posología (Scott, 1997).

Nosotros usualmente iniciamos la terapia con corticoides orales y, una vez controlado el proceso, si el dueño es partidario de usar a largo plazo estos fármacos, inyectamos formas retardadas con la frecuencia que requiera cada caso; una vez controlada la enfermedad con formulaciones orales la frecuencia requerida de corticoides retardados suele ser de una dosis cada 2-3 meses, aunque algunos animales, con el tiempo, se mantienen sin sintomatología hasta 5 meses.

Por otro lado, en nuestra experiencia respecto a la eficacia de los corticoides en dermatología felina observamos que si bien algunos animales se muestran resistentes a algunas formulaciones, en todos los casos se encuentra algún corticoide adecuado para el control de la enfermedad. Este hecho implica que el control del prurito alérgico con corticoides es más difícil en gatos que en perros, aunque no coincidimos con los datos que aportan Chalmers y Medleau (1994) quienes citan 3 estudios en los que los gatos atópicos responden mal a estos fármacos, y refieren un cuarto trabajo que afirma que responden bien al inicio de la enfermedad pero después se hacen refractarios a este tratamiento.

La alternativa a la terapia esteroidea es el uso de antihistamínicos H 1 y ácidos grasos poliinsaturados, con los cuales se han conseguido buenos resultados en dermatología felina. Respecto a los antihistamínicos H 1 (Miller y Scott, 1990; Prost, 1993, Paradis 1995) el que mejor resultados ha obtenido es la clorfeniramina, con mejorías entre un 66% para la alopecia extensiva y un 86% en la dermatitis miliar a la dosis de 2-4 mg/kg cada 12 horas, y del 73% en gatos con prurito a la dosis de 2 mg/gato cada 12 horas. También se han citado mejorías en alrededor de la mitad de los pacientes con la administración de oxatomida, 15-20 mg/gato 2 veces al día, y clemastina, a la dosis de 0,05-0,1 mg/kg cada 12 horas.

Respecto a los ácidos grasos poliinsaturados, los mejores resultados se han obtenido supliendo al animal sólo con ácidos de la serie omega-6 (ácidos linoleico y gamma linolénico) o combinados con ácidos de la serie omega-3 (ácido eicosapentaenoico), consiguiendo una mejoría de hasta un 75% en gatos con dermatitis miliar de origen alérgico (DAPP y atopia), e idiopática (Harvey, 1993). Sin embargo, este estudio refleja que el suplemento sólo con ácidos de la serie omega-3 es ineficaz. De forma similar Paradis (1995) refiere estudios en que la administración de una combinación de ácidos grasos omega-6 y omega-3 obtiene éxitos en un 57 y 75% de los gatos, pero afirma que el suplemento sólo de ácido gamma linolénico no es eficaz.

En resumen, hoy en día se recomienda suplir con una mezcla de ácidos de ambas series, omega-6 y omega-3. Así, Harvey (1995) preconiza en gatos la administración de 500 mg/día de una combinación de un 80% de aceite de prímula, rico en ácidos linoleico y gamma linolénico, y un 20% de aceite de pescado, rico en ácido eicosapentaenoico; alternativamente, aconseja administrar 5 ml diarios de aceite de girasol, rico en ácido linoleico.

Evidentemente, la dificultad que supone la administración oral de fármacos a gatos hace que las presentaciones de ácidos grasos poliinsaturados que se añaden a la comida o aquéllas que son muy palatables, sean a priori las de elección.

A este respecto, la última novedad es la utilización de dietas con una relación de ácidos grasos omega-6 y omega-3 controlada. Así, en 18 perros atópicos, un 44% se han controlado al alimentarles con una dieta a base de cordero y arroz y que contiene una relación 5,5:1 de ácidos omega-6:omega-3; la mejoría se obtuvo en 7-21 días, reapareciendo los signos a los 3-14 días de reinstaurar la dieta anterior (Scott y col, 1997), lo que contrasta con la hipótesis hasta ahora defendida de que el suplemento con ácidos grasos poliinsaturados debería tener efecto a medio plazo, del orden de las 6-12 semanas (Harvey, 1995).

DAPP

Ya hemos visto que para muchos autores es la dermopatía alérgica más frecuente en medicina felina, e incluso la más común de todos los trastornos cutáneos de los gatos (White, 1998), aunque los datos de Prost (1996b) no corroboran esta consideración (tabla 2). En el caso de los felinos que viven en muchos lugares de España, los diferentes hábitos de vida con respecto a sus congéneres de otros países, al poseer un menor acceso al exterior, debe hacer plantearnos si la DAPP representa realmente la mayor parte de los casos de dermatitis alérgica felina en España, aunque, a tenor de las encuestas, un 23,8% de los gatos atendidos en España presentan problemas de infestación por pulgas y/o DAPP, con mayor incidencia en las zonas costeras (Gabinete de Estudios Sociológicos Bernard Krief, 1998).

La DAPP es una hipersensibilidad, generalmente inmediata (Scott y col, 1995) causada por alergenos presentes en la saliva de las pulgas. Similarmente a otros procesos el signo primordial es el prurito, que típicamente se manifiesta con dermatitis miliar a nivel dorsal, con extensión hacia cuello y abdomen, aunque también puede cursar con lesiones del complejo granuloma eosinofílico, o con alopecia simétrica.

Aunque el proceso puede ser más frecuente o intenso en épocas cálidas y húmedas, en invierno también existen pulgas y DAPP en gatos ya que, incluso en áreas geográficas frías, las condiciones de las casas suelen ser adecuadas para el desarrollo de las mismas (Penaliggon y col, 1997).

El diagnóstico del proceso se realiza mediante un control estricto del ectoparásito, durante un período amplio, de 4 a 8 semanas (Fondati, 1997), observando la remisión del cuadro clínico. La mejoría parcial sugiere la existencia de procesos concurrentes, como la DAPP y una atopia, circunstancia bastante frecuente según los datos presentados por Prost (1996b) (tabla 2).

La mayor dificultad para realizar el diagnóstico se encuentra en el coste del mismo, que con frecuencia es difícil de justificar ante el propietario cuando el número de pulgas observado no es elevado. Sin embargo no disponemos de alternativas diagnósticas, ya que la intradermorreacción con extractos de pulgas no es un método fiable al tener muchos falsos negativos (Carlotti, 1994), que Chalmers y Medleau (1994) llegan a cifrar en un 66% de los gatos con DAPP.

El tratamiento busca el control de las pulgas, que en algunos individuos debe acompañarse del uso de corticoides cuando la presencia de un cuadro clínico severo así lo aconseja.

No hace falta decir que las medidas a adoptar para el control de pulgas difieren mucho de un caso a otro. En cualquier caso, siempre se debe intervenir a nivel del animal, del ambiente interior, y frecuentemente a nivel exterior, sin olvidar la primera premisa, concienciar al propietario de que unas pocas pulgas son capaces de provocar un cuadro clínico importante en su mascota.

A nivel del animal se dispone de nuevas formulaciones con actividad adulticida (fipronilo, imidacloprid), que son seguras y tienen un efecto duradero, por encima de las de 4 semanas. Estos fármacos se utilizarán al inicio del proceso, y se deben acompañar, para un control a largo plazo de las pulgas, de inhibidores del desarrollo de los insectos (lufenurón) que se administran vía oral.

Dentro de la casa, es imprescindible la limpieza mediante aspiración, complementada con la aplicación de  productos que combinen algún adulticida con inhibidores del crecimiento de los insectos, también conocidos como IGRs (metopreno, fenoxicarb); alternativamente también se muestra eficaz a largo plazo el poliborato sódico.

Para Kunkle (1998b) hoy en día el control ideal de pulgas se basa en el uso de inhibidores del desarrollo de los insectos sobre el animal o de IGRs a nivel ambiental, con el empleo complementario, de forma más o menos rutinaria, de formulaciones adulticidas tópicas que tengan un efecto duradero. En el caso particular del fipronilo, Nain y col (1997) demuestran la eficacia de su aplicación spot on como único tratamiento en el control de DAPP felina.

El objetivo final es reducir la exposición del paciente al alergeno o, lo que es lo mismo, disminuir intensamente el número de pulgas, lo que tiene un efecto claro sobre el cuadro clínico, no siendo imprescindible con frecuencia erradicar completamente el ectoparásito (Kunkle, 1998b).

Como medida preventiva del desarrollo de esta hipersensibilidad, se recomienda limitar la exposición de los animales jóvenes a las pulgas, ya que al parecer en gatos expuestos a este ectoparásito de forma continuada se induce antes el desarrollo de la DAPP, cuando se compara con los felinos que se exponen ocasionalmente (Kunkle, 1998b). Estos datos deben considerarse preliminares ya que en perros se describe lo contrario: cuánto más joven se expone un perro a las pulgas, con menor probabilidad desarrollará DAPP (Halliwell y Gorman, 1989).

ALERGIA A LOS ALIMENTOS

La alergia a los alimentos es una enfermedad causada por una hipersensibilidad del animal a alergenos ingeridos o trofalergenos. El alergeno suele ser un producto básico de la dieta que consume el paciente, encontrándose con frecuencia presente en las dietas comerciales. Entre los alergenos implicados en gatos se citan carnes -vacuno, cerdo, pollo, conejo, caballo, cordero-, pescado, lácteos, huevos, etc. (Scott y col, 1995).

Debemos tener presente que en la práctica clínica es muy difícil diferenciar la alergia a los alimentos, en la que existe una participación de mecanismos inmunológicos, de la intolerancia a los alimentos, proceso en los que no intervienen los mecanismos inmunológicos, aunque desde el punto de vista clínico el interés de esta diferenciación es secundario.

En el caso de la alergia a los alimentos, algunos autores (Guaguère, 1993) consideran que debe existir un largo período de sensibilización a la dieta, 6 meses a 2 años, antes de aparecer las primeras manifestaciones del proceso, por lo que sería raro observar esta enfermedad en animales jóvenes. Sin embargo Rosser (1997) opina que se puede encontrar en felinos de cualquier edad y, en un estudio con 13 gatos afectados, encuentra que 3 de ellos tenían menos de un año, otros 3 entre 1 y 2 años, 2 gatos presentaban 4 años, y 5 tenían entre 6 y 11 años.

El signo primordial, al igual que en otras enfermedades alérgicas de la piel, es el prurito, que se observa principalmente en áreas de la cabeza -orejas y área preauricular, cuello, área periorbitaria-, siendo más infrecuente en extremidades, abdomen y dorso (Guaguère, 1993; Rosser, 1997). Respecto de los cuadros sindrómicos descritos al inicio de esta revisión, según Rosser (1997) la mayoría de sus pacientes presentaban dermatitis miliar (11 de 13) y alopecia con eritema (12 de 13), siendo mucho más raro encontrar lesiones del complejo granuloma eosinofílico (sólo 3 casos de placa eosinofílica). Sin embargo, Guaguère (1993), sobre 17 casos, en sólo 5 describe dermatitis miliar y, sin embargo, en 6 gatos observa lesiones del complejo granuloma eosinofílico (placa y/o úlcera eosinofílicas), y en un gato define las lesiones como alopecia simétrica felina; además la existencia de alopecia y/o eritema se presenta en 11 casos, en 6 de los cuales existían ambas lesiones. La presencia de signos digestivos intermitentes (diarrea y/o vómitos) también se cita en algunos pacientes.

El diagnóstico de esta enfermedad se realiza exclusivamente mediante el sometimiento del paciente a una dieta de eliminación, que en el caso de los felinos generalmente se compone sólo de una carne que no haya consumido el gato de forma habitual. Cada autor tiene sus preferencias, habiéndose descrito el uso de conejo (Rosser, 1997), de pavo o caballo con patatas (Guaguère, 1993) e, incluso, de alimentos para bebés a base de cordero (White, 1994). Los hábitos alimenticios de esta especie animal impiden gran parte de las veces que la prueba se lleve a su conclusión, por lo que se recomienda el uso de carne de caballo, cuando entra dentro de la selección, por su palatabilidad (Prost, 1996a).

Un punto fundamental para el diagnóstico es instruir al dueño a fin de que durante el tiempo de ensayo el paciente no ingiera absolutamente nada más que la dieta de eliminación, evitando los obsequios, suplementos vitamínico-minerales, etc. En el caso de los felinos también es importante restringir el acceso de los mismos al exterior, principalmente si tienen instintos cazadores, ya que no es descartable una alergia a la fauna silvestre o a la basura. Incluso, White (1994) evita el uso de comederos de metal o plástico, utilizando los de porcelana.

La alimentación a base sólo de una carne es nutricionalmente desequilibrada, por lo que en animales en crecimiento deberá suplirse con ácidos grasos esenciales, vitaminas y minerales.

El uso de dietas "hipoalergénicas" comerciales en la prueba de la dieta de eliminación no se recomienda ya que, en perros, se ha comprobado que un 20% de los animales que responden a dietas caseras no lo hacen a dietas "hipoalergénicas" comerciales con la misma composición que las anteriores (White, 1986), por lo que en el caso de usar una dieta comercial, aproximadamente 1 de cada 5 pacientes alérgicos a algún alimento quedaría sin diagnosticar.

El tiempo mínimo recomendado de una dieta de eliminación es de unos dos meses, salvo que desaparezcan los síntomas durante este período. Guaguère (1993) y Rosser (1997) presentan, respectivamente, los resultados de una dieta de eliminación en 17 y 13 gatos, con valores muy similares: en las tres primeras semanas responden a la dieta (desaparición total de los signos) un 23,5 y un 30,8% de los gatos, respectivamente; entre la tercera y la sexta semana, un 58,8 y un 53,8%; y entre la sexta y la novena, el 17,6% y 15,4% restante. Por lo tanto, cuando se inicia una dieta de eliminación el dueño debe ser perfectamente consciente que su mascota no debe consumir nada más que la dieta durante un período de dos meses a priori .

Cuando un gato mejora de los síntomas, se debe reintroducir la dieta nociva; si el animal tiene alergia a los alimentos los signos clínicos reaparecen en un período variable de tiempo, usualmente menor o igual a una semana, pero que puede ser incluso inferior a la hora en algunos individuos (Guaguère, 1993; Rosser, 1997). La aparición de los signos clínicos confirmará la relación de éstos con la alimentación. La reintroducción de la dieta original es importante para no diagnosticar en exceso los casos de alergia a los alimentos; así en un estudio con 128 gatos que presentaban signos de prurito y/o diarrea o vómitos sin causa aparente, se les sometió a una dieta "hipoalergénica"; 22 de ellos mejoraron, pero en 16 de los casos la reintroducción de la dieta original no provocó la recurrencia (Markwell y col, 1996).

Aunque la intradermorreacción ha demostrado no ser válida en el diagnóstico de la alergia a los alimentos, MacDonald (1994) en perros sospechosos de dermopatía alérgica lleva a cabo un test de intradermorreacción en el que incluye algunos alergenos de origen alimentario, en base a datos que afirman que un 60% de los animales alérgicos a los alimentos serán positivos a la intradermorreacción, y que un test negativo tiene un valor predictivo del 62,3% de que el animal no será alérgico a los alimentos (Jeffers y col, 1991). Así, en aquellos pacientes que sean positivos a algún extracto alergénico de origen alimentario, realiza posteriormente una dieta de eliminación.

Sin embargo los datos obtenidos por Kunkle y Horner (1992) no respaldan los anteriores. Estos autores en 100 perros alérgicos realizaron intradermorreacciones con alergenos de origen alimentario. De 48 animales que fueron positivos a algún alergeno, llevaron a cabo una dieta de eliminación en 30 perros, y sólo 3 mejoraron. A su vez, de los 52 perros que fueron negativos a la intradermorreacción, 35 se sometieron a la dieta de eliminación, y 6 mejoraron.

El tratamiento de elección de esta enfermedad, al igual que en el resto de las alergias, es evitar la exposición al alergeno. Para ello, lo más cómodo suele ser utilizar dietas "hipoalergénicas" comerciales que no contengan el ingrediente nocivo, comprobando siempre que no causen sintomatología en el paciente. Debemos tener presente que no existen dietas realmente hipoalergénicas, y así lo corrobora el hecho de que la Food and Drug Administration ha decretado que el término "hipoalergénico" no puede usarse en el etiquetado de alimentos para animales de compañía (Case y col, 1995).

Según Scott y col (1995) aproximadamente un 30% de los gatos no pueden controlarse con dietas comerciales "hipoalergénicas", por lo que en ellos se necesitará preparar una dieta casera equilibrada en nutrientes (tabla 3). En aquellos animales en que no se pueda controlar la enfermedad por estos medios, la alternativa más práctica incluye el uso de corticoides similarmente a lo señalado para la atopia.

Tabla 3. Dieta "hipoalergénica" casera (Chalmers y Medleau, 1994).
Ingrediente Cantidad
Carne magra de vaca, cerdo, cordero o conejo, cocida
Arroz integral o mijo cocido
Aceite de maíz
Taurina
Cloruro potásico
Carbonato cálcico
2/3 tazas
1/3 taza
2 cucharaditas
500 mg
1/4 cucharadita
1/3 cucharadita

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